Primera vista (Göteborg)
Después de echar un polvo, antes de coger un taxi
Raras veces tenemos la oportunidad de ver una
película chilena, pero en poco tiempo vamos a constatar con calma, que esta vez
no se trata de palabrería latina, aquí no se va por las ramas. En los primeros
cuadros prácticamente no podemos ver nada, solo un claroscuro pasmado y sombras
diferentes, pero oímos anhelitos y chasquidos rítmicos de dos cuerpos sudados.
No vemos solo oímos lo que se suele llamar simplemente copulación en vez de
hacer el amor. Está llegando el final, el ritmo va acelerando, el anhélito se
torna en chillido, y el cuadro se aclara: de entrada la cámara está buscando la
pareja en copula que causa el raro claroscuro. Llegando al orgasmo les
encuentra. Los cuadros son líricamente eróticos y los sonidos son traviesos de
porno.
En la película titulada “En la cama” vemos a una
pareja callada, empapada de sudor después de hacer el amor (copulación) en una
cama. La chica es la que rompe el silencio largo, ofrece tabaco al chico. En el
fondo, encima de su cabeza luces de neón están chispeando: SEXIT. Es una de
aquellas típicas habitaciones de motel. Una larga conversación comienza entre
el chico y la chica que tarda hasta el fin de la película, pero no es el típico
chateo latino conocido de los culebrones, sino un diálogo interrumpido por
pausas de fumar, de televisión de radio y de intervalos de copulación. Es una conversación que suelen
llevar las parejas antes y después. Es íntima, calenturienta, profunda y
juguetona. ¿Hasta qué punto
puede interesar todo esto a un espectador que se incorpora en la historia de
acechón? Eso por una gran parte depende
del carácter del espectador, si es sensible a la psicología o no, y por otra
parte de la curiosidad de la conversación. Rodar una película de este tipo es
una tarea grande y requiere audacia de parte del director. Es una tarea
bastante difícil mantener la atención cada vez más desviada del espectador
durante una hora y media con solo la conversación de dos personas, aunque uno
tenga un guión contundente de diálogos que parecen auténticos. Al director de
cine, Matías Bize le gustan estas situaciones encerradas, su película anterior
(Sábado) prácticamente fue rodado en un lugar
casi sin cortes. Aquella tenía una duración de 65 minutos, esta rodada
en la cama tiene 85 con varios cortes. Pero los cortes son por los cambios de
posición y ajustes de la cámara, y no para cortar el argumento según las reglas
de dramaturgia como en general. Así podemos decir que es una película de un
solo corte también. Esta manera de rodar requiere una concentración extrema
tanto de parte del director como de los actores que están desnudos casi durante
toda la película. Pero los premios ganados en varios festivales de cine
justifican que la tarea está resuelta, porque la hora y media no parece
infinita.
El argumento de
la película se desenvuelve de la conversación entre las dos protagonistas,
Daniela (Blanca Lewin) y Bruno (Gonzalo Valenzuela). Nos enteramos de que se
han encontrado en una fiesta la misma noche y prácticamente son desconocidos.
Están hablando tanto de películas, filosofía, de su propia vida como de la
cantidad de bacterios que se intercambia con la baba en un beso entre otras
temas tópicas. Mientras tanto ante el espectador que está al acecho se revelan
dos vidas poco felices, unidas para una sola noche buscando gozo instantáneo
para que se separen al amanecer.
A pesar de que las protagonistas hacen el amor y
están desnudas durante todo el tiempo, la película resulta de buen gusto,
melancólica y calma. Gracias a los actores que están moviendo y actuando en la
pantalla con una naturalidad evidente y a los diálogos originales, el
espectador no se aburre, aunque durante una hora y media sigue la vida de dos
personas. No es una película comercial sino una experiencia íntima de estar
juntos. No los bicheamos como los viejos a Susana, es mucho más como si escucháramos
los ruidos de nuestra casa acodando en el patio en una noche calurosa de verano
en la intimidad.
Secunda vista (Aggtelek)
La película del chileno Matías Bize tiene lugar en
una cama grande, más o menos predeciblemente. Vamos a revocar nuestras
aventuras de una noche. Si no tenemos recuerdos, no pasa nada, La película “En
la cama” es mucho más una fantasía que realidad.
De niño mi cama era mi barco y el resto alrededor
era el mar con tiburones y frío salado que era mejor evitarlo. La coproducción
chilena-alemana “En la cama” une a dos personas en un motel y juega con una
idea parecida: estos tres o cuatro metros cuadrados son la llave del gozo y la
seguridad, de abrirse y purificarse. Un lugar donde nuestra vida puede cambiar
en algunas horas.
El director de cine Matías Bize capta la aventura de
una noche de dos jóvenes, Bruno y Daniela, con una cámara en mano. Inicia con
sexo, naturalmente la cosa va sobre todo alrededor de esto. Pero no es la
película de tipo “ Nueve canciones” de
penetración y botas domina, sino más suave, más estética y lírica. Bruno
(Gonzalo Valenzuela) es un hombre guapo de cuerpo trabajado, Daniela (Blanca
Lewin) es una mujer delgada de bonitos pechos. Al principio Bize se desliza un
poco al no atreverse a rodar escenas de sexo con un protagonista de orejas
grandes y con otra de celulitis. Elige un mundo ideal creando la isla de la
juventud en una habitación de motel estéril de estilo retro. Luego los dos
cuerpos perfectos encienden un cigarrillo y empiezan a charlar. (jim jarmusch cigarettes and coffee:)
Los cuerpos
ideales un poco pornográficos de un mundo de fantasía se aflojan ligeramente a
este punto: los diálogos son simples, palpando en buen ritmo, hablan de viejos
dibujos animados y ex amantes, de teorías tontas, de masaje mágico, de ovnis y
de bulimia. Aparecen tópicos y esto es bueno, es la realidad también. Son
aquellos temas tibios y conocidos de la realidad que podemos tirar en una noche
de este tipo sin consecuencias. He aquí la aventura de una noche de tantas.
Estos de la banalidad y del ordinario son los mejores minutos de la película.
Los cuerpos ya se conocen, pero las almas confundidas están caminando a pasitos
alrededor de una a otra. En estos casos es mejor hablar de temas aburridas y
sin peligro para calmarse.
Lo que puede pasar después es ambiguo. Una despedida
al amanecer, intercambio de números de móvil y ir a casa en taxi a través de la
ciudad. O un poco más… Bize y el guionista Julio Rojas hacen una película, por
eso piensan que entre las sábanas se necesita un poco de catarsis, y no solo
uno, sino dos, una purgación por cabeza. La mediocridad torna en drama. El
argumento de “En la cama” así se divide en partes forzadas de manera
doctrinaria. Afortunadamente Valenzuela y Lewin las cruzan de pasos seguros,
aunque Lewin de vez en cuando se convierte en actriz y matando así la
intensidad de la cámara en mano que está al acecho. La actuación de Valenzuela
es más natural desnudada concientemente, y tiene más conceptos. Pero ambos
resuelven la tarea y conciertan la película de Bize.
“En la cama” es una aventura rápida y agradable sin
peso, no quiere entremeterse, no tiene peligro, es una obra estética y muy bien
filmada. Aunque a veces la música es demasiada y la historia se atranca, es del
agrado de ver a los actores que, gracias a Dios, no estropean el final.
La vida de los peces
En la película
titulada “La vida de los peces” dos viejos amantes vuelven a encontrarse
después de muchos años. Los que tienen experiencia de una relación terminada no
quedarán impasibles.
Según Matías Bize, el director de “La vida de los
peces”, cualquiera que hubiera tenido una sola relación terminada, podrá
sentirse identificado con su película. La película plantea las cuestiones
siempre repetidas que surgen después de una ruptura: ¿qué
debería haber hecho de otra manera, ¿hay
otro chanse?, ?que pasaría si nos encontráramos otra vez un día? Nostalgia,
tristeza por la posibilidad perdida, un intento desesperado para transcribir el
pasado. Estos pensamientos y sentimientos muchas veces son ilusiones solamente.
Pero como se juntan lentamente las piezas del mosaico del pasado de Andrés, el
protagonista de “La vida de los peces”, parece que él quiere retraer algo
verdadero, al que no estaba dispuesto antes.
El joven y guapo treintañero, Andrés está a punto de
marcharse de una fiesta. Una cámara en mano está grabando a los chicos medio
borrachos que están charlando en el baño con una naturalidad como si la cámara
no estuviera allí. De su conversación nos enteramos de la situación: Andrés
lleva 10 años viviendo en Berlín, y hace muchos años que no ha visto sus amigos
de siempre aquí en Chile. Se revela pronto que probablemente aparezca la ex-novia Beatriz (Blanca Lewin)
en la fiesta también. Basta con captar la mirada de Andrés para saber que
aquella Beatriz es muy importante.
El chico quiere marcharse pero no puede. La cámara
le está siguiendo de cerca, y nos pega la sensación típica de ser incapaz de
salir de una fiesta. Andrés siempre tropieza con otra persona y empiezan a
charlar o es que no encuentra su chaqueta. Según va entrando en varias
habitaciones donde pequeños mundos diferentes están abejeando desde los hijos
de su amigo hasta la abuela que les cuidaba de niños, de cada conversación
podemos sacar un trocito nuevo sobre el pasado de Andrés. Todo esto podría
parecer forzado, pero el guión está escrito con gusto perfecto: los personajes
secundarios no nos recitan lo que tenemos que saber de Andrés, lo que podemos oír
son aluciones fragmentadas que dirían en la vida real conocidos de siempre
asombrándose uno al otro. Por eso no vamos a quedar con una historia
completa del pasado de Andrés, tampoco
hace falta.
Lo importante es Beatriz, el gran amor. Al cruzarse
dicen algunas frases cortadas, luego hablan con otros, vuelven a hablar y se
separan otra vez como los peces en el acuario dando vueltas alrededor uno al
otro. La ingenuidad de la situación es impresionante, aunque se esconde un
drama gigante detrás de ella . Pero eso se desenvuelve sin ningún patetismo o
dramatismo de Hollywood, tras miradas confusas , frases difícilmente
estrujadas, y sentimientos brotados de golpe, al igual que pasa en la vida real
y por suerte no de una manera habitual de película.
Es una noche decisiva que abre Nuevo capítulo en la
vida de Andrés y Beatriz. ¿O
es la clausura catártica de un viejo asunto inacabado? Estos dos personajes son
tan reales y tanto podemos sentir todos sus gestos y vibraciones que la
película nos deshace por completo. Suspendido el aliento nos preocupamos y
lloramos a lágrima viva por ellos. El director no ha mentido: el que haya
estado enamorado alguna vez no va a quedar indolente.
El director chileno, Matías Bize justificó con su
película “En la cama” que para una película movida no hacen falta acciones o
una historia compleja. Basta con dos cosas: conversación y sexo. En su obra
nueva “La vida de los peces”, estrenada en el Festival de Cine de Venecia, deja
el sexo y solo queda la conversación. El resultado es impresionante de nuevo.
La situación inicial es muy simple y conocida, es
raro que no haya aparecido en películas de antes. El protagonista, Andrés de 32
años está a punto de marcharse de una fiesta de cumpleaños, pero no puede irse,
porque siempre tropieza con alguien y empiezan a charlar. Casi todas las
conversaciones tratan sobre su ex novia, Beatriz o de su mejor amigo de antes,
Francisco. Se aclara que Francisco murió hace algunos años en un accidente
tráfico mientras Andrés estuvo en el coche con él. Su relación con Beatriz es
mucho más complicada: lo suyo fue un amor ardiente que se terminó bajo
circunstancias tenebrosas. Desde entonces el chico no encuentra su sitio en el
mundo, la chica se casó y tiene dos hijos. Fue hace diez años que vieron por la
última vez, y que Beatriz está en la fiesta también complica la situación. En
la primera parte de la película
esperamos que se encuentren y después nos interesa qué va a pasar entre ellos.
Es evidente que el final puede ir a dos direcciones: se quedarán juntos, o seguirán
separados. Tenemos miedo de antemano de que el fin sea tópico y superficial. El
director es capaz de coser satisfactoriamente este hilo que parece insoluble,
demostrando su talento excepcional.
El estilo documentarista del cámara (con cámara en
mano durante todo el tiempo) y la actuación natural crea la ilusión de ver a
gente conversando en una fiesta en vez de ver una película. Parece como si lo
hubieran hecho sin esfuerzo alguno, pero es seguro que costó mucho trabajo.
(Sería interesante saber ¿cuánto
tiempo ensayaron antes del rodaje y en qué porcentaje estaban escritos o
improvisados los diálogos?)
Santiago Cabrera que juega el papel de Andrés es
increíblemente guapo, pero esto pega perfectamente con su carácter que puede
salir de situaciones difíciles gracias a su charme. Solo reacciona a los demás,
es el guapo que no tiene que hacer esfuerzos para que todos le obsequien. Su
frescura se hace fumo solamente en la escena final sin palabras cuando dice con
una sola mirada lo que no podría expresar mejor ni con un monólogo de cinco
páginas. Es un final perfecto, y es una de las escenas más conmovedores vistas
últimamente.
El carácter de Beatriz recorre una vía más
aventurera. Al principio está conversando atentamente como si no la perturbiese
ver a su ex novio. Luego la máscara de la estabilidad comienza a agrietarse y
al final en su último monólogo dramático queda con alma desnuda delante de
nosotros. La actuación de Blanca Lewin como Beatriz nos da la gana de volver a
ver la película en seguida.
Quizás algunos criticarán a Bize por mezclar música
en las escenas comunes de Beatriz y Andrés (en otras escenas solo hay ruidos de
fondo), un poco de música repetitiva de piano, silbido de órgano, y pasajes
bonitas de guitarra eléctrica. Las primeras canciones de Sigúr Ros comenzaban
así para que terminen en percusión catártica que aquí viene en la última escena
por fin. La música de fondo evidentemente quita algo de naturalidad pero
aumenta la tensión y enfatiza la importancia de las conversaciones entre las
dos protagonistas. Como si un poco desapareciera el mundo alrededor de ellos
cuando están juntos.
Tendría que obligar a los jovenes directores
húngaros de cine (y a los mayores también) que vean“ La vida de los peces” para
que tengan vergüenza por quejarse de falta de dinero. Esta película habrá
costado unos millones de florines, solo necesitaba idea, talento y esfuerzo.
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