2013. május 10., péntek

Blanca Lewin


Primera vista (Göteborg)

Después de echar un polvo, antes de coger un taxi

Raras veces tenemos la oportunidad de ver una película chilena, pero en poco tiempo vamos a constatar con calma, que esta vez no se trata de palabrería latina, aquí no se va por las ramas. En los primeros cuadros prácticamente no podemos ver nada, solo un claroscuro pasmado y sombras diferentes, pero oímos anhelitos y chasquidos rítmicos de dos cuerpos sudados. No vemos solo oímos lo que se suele llamar simplemente copulación en vez de hacer el amor. Está llegando el final, el ritmo va acelerando, el anhélito se torna en chillido, y el cuadro se aclara: de entrada la cámara está buscando la pareja en copula que causa el raro claroscuro. Llegando al orgasmo les encuentra. Los cuadros son líricamente eróticos y los sonidos son traviesos de porno.

En la película titulada “En la cama” vemos a una pareja callada, empapada de sudor después de hacer el amor (copulación) en una cama. La chica es la que rompe el silencio largo, ofrece tabaco al chico. En el fondo, encima de su cabeza luces de neón están chispeando: SEXIT. Es una de aquellas típicas habitaciones de motel. Una larga conversación comienza entre el chico y la chica que tarda hasta el fin de la película, pero no es el típico chateo latino conocido de los culebrones, sino un diálogo interrumpido por pausas de fumar, de televisión de radio y de intervalos  de copulación. Es una conversación que suelen llevar las parejas antes y después. Es íntima, calenturienta, profunda y juguetona. ¿Hasta qué punto puede interesar todo esto a un espectador que se incorpora en la historia de acechón? Eso por una  gran parte depende del carácter del espectador, si es sensible a la psicología o no, y por otra parte de la curiosidad de la conversación. Rodar una película de este tipo es una tarea grande y requiere audacia de parte del director. Es una tarea bastante difícil mantener la atención cada vez más desviada del espectador durante una hora y media con solo la conversación de dos personas, aunque uno tenga un guión contundente de diálogos que parecen auténticos. Al director de cine, Matías Bize le gustan estas situaciones encerradas, su película anterior (Sábado) prácticamente fue rodado en un lugar  casi sin cortes. Aquella tenía una duración de 65 minutos, esta rodada en la cama tiene 85 con varios cortes. Pero los cortes son por los cambios de posición y ajustes de la cámara, y no para cortar el argumento según las reglas de dramaturgia como en general. Así podemos decir que es una película de un solo corte también. Esta manera de rodar requiere una concentración extrema tanto de parte del director como de los actores que están desnudos casi durante toda la película. Pero los premios ganados en varios festivales de cine justifican que la tarea está resuelta, porque la hora y media no parece infinita.

El argumento de la película se desenvuelve de la conversación entre las dos protagonistas, Daniela (Blanca Lewin) y Bruno (Gonzalo Valenzuela). Nos enteramos de que se han encontrado en una fiesta la misma noche y prácticamente son desconocidos. Están hablando tanto de películas, filosofía, de su propia vida como de la cantidad de bacterios que se intercambia con la baba en un beso entre otras temas tópicas. Mientras tanto ante el espectador que está al acecho se revelan dos vidas poco felices, unidas para una sola noche buscando gozo instantáneo para que se separen al amanecer.
A pesar de que las protagonistas hacen el amor y están desnudas durante todo el tiempo, la película resulta de buen gusto, melancólica y calma. Gracias a los actores que están moviendo y actuando en la pantalla con una naturalidad evidente y a los diálogos originales, el espectador no se aburre, aunque durante una hora y media sigue la vida de dos personas. No es una película comercial sino una experiencia íntima de estar juntos. No los bicheamos como los viejos a Susana, es mucho más como si escucháramos los ruidos de nuestra casa acodando en el patio en una noche calurosa de verano en la intimidad.

Secunda vista (Aggtelek)

La película del chileno Matías Bize tiene lugar en una cama grande, más o menos predeciblemente. Vamos a revocar nuestras aventuras de una noche. Si no tenemos recuerdos, no pasa nada, La película “En la cama” es mucho más una fantasía que realidad.

De niño mi cama era mi barco y el resto alrededor era el mar con tiburones y frío salado que era mejor evitarlo. La coproducción chilena-alemana “En la cama” une a dos personas en un motel y juega con una idea parecida: estos tres o cuatro metros cuadrados son la llave del gozo y la seguridad, de abrirse y purificarse. Un lugar donde nuestra vida puede cambiar en algunas horas.

El director de cine Matías Bize capta la aventura de una noche de dos jóvenes, Bruno y Daniela, con una cámara en mano. Inicia con sexo, naturalmente la cosa va sobre todo alrededor de esto. Pero no es la película de tipo  “ Nueve canciones” de penetración y botas domina, sino más suave, más estética y lírica. Bruno (Gonzalo Valenzuela) es un hombre guapo de cuerpo trabajado, Daniela (Blanca Lewin) es una mujer delgada de bonitos pechos. Al principio Bize se desliza un poco al no atreverse a rodar escenas de sexo con un protagonista de orejas grandes y con otra de celulitis. Elige un mundo ideal creando la isla de la juventud en una habitación de motel estéril de estilo retro. Luego los dos cuerpos perfectos encienden un cigarrillo y empiezan a charlar. (jim jarmusch cigarettes and coffee:)
 Los cuerpos ideales un poco pornográficos de un mundo de fantasía se aflojan ligeramente a este punto: los diálogos son simples, palpando en buen ritmo, hablan de viejos dibujos animados y ex amantes, de teorías tontas, de masaje mágico, de ovnis y de bulimia. Aparecen tópicos y esto es bueno, es la realidad también. Son aquellos temas tibios y conocidos de la realidad que podemos tirar en una noche de este tipo sin consecuencias. He aquí la aventura de una noche de tantas. Estos de la banalidad y del ordinario son los mejores minutos de la película. Los cuerpos ya se conocen, pero las almas confundidas están caminando a pasitos alrededor de una a otra. En estos casos es mejor hablar de temas aburridas y sin peligro para calmarse.

Lo que puede pasar después es ambiguo. Una despedida al amanecer, intercambio de números de móvil y ir a casa en taxi a través de la ciudad. O un poco más… Bize y el guionista Julio Rojas hacen una película, por eso piensan que entre las sábanas se necesita un poco de catarsis, y no solo uno, sino dos, una purgación por cabeza. La mediocridad torna en drama. El argumento de “En la cama” así se divide en partes forzadas de manera doctrinaria. Afortunadamente Valenzuela y Lewin las cruzan de pasos seguros, aunque Lewin de vez en cuando se convierte en actriz y matando así la intensidad de la cámara en mano que está al acecho. La actuación de Valenzuela es más natural desnudada concientemente, y tiene más conceptos. Pero ambos resuelven la tarea y conciertan la película de Bize.
“En la cama” es una aventura rápida y agradable sin peso, no quiere entremeterse, no tiene peligro, es una obra estética y muy bien filmada. Aunque a veces la música es demasiada y la historia se atranca, es del agrado de ver a los actores que, gracias a Dios, no estropean el final.

La vida de los peces

En la película titulada “La vida de los peces” dos viejos amantes vuelven a encontrarse después de muchos años. Los que tienen experiencia de una relación terminada no quedarán impasibles.
Según Matías Bize, el director de “La vida de los peces”, cualquiera que hubiera tenido una sola relación terminada, podrá sentirse identificado con su película. La película plantea las cuestiones siempre repetidas que surgen después de una ruptura: ¿qué debería haber hecho de otra manera, ¿hay otro chanse?, ?que pasaría si nos encontráramos otra vez un día? Nostalgia, tristeza por la posibilidad perdida, un intento desesperado para transcribir el pasado. Estos pensamientos y sentimientos muchas veces son ilusiones solamente. Pero como se juntan lentamente las piezas del mosaico del pasado de Andrés, el protagonista de “La vida de los peces”, parece que él quiere retraer algo verdadero, al que no estaba dispuesto antes.
El joven y guapo treintañero, Andrés está a punto de marcharse de una fiesta. Una cámara en mano está grabando a los chicos medio borrachos que están charlando en el baño con una naturalidad como si la cámara no estuviera allí. De su conversación nos enteramos de la situación: Andrés lleva 10 años viviendo en Berlín, y hace muchos años que no ha visto sus amigos de siempre aquí en Chile. Se revela pronto que probablemente  aparezca la ex-novia Beatriz (Blanca Lewin) en la fiesta también. Basta con captar la mirada de Andrés para saber que aquella Beatriz es muy importante.
El chico quiere marcharse pero no puede. La cámara le está siguiendo de cerca, y nos pega la sensación típica de ser incapaz de salir de una fiesta. Andrés siempre tropieza con otra persona y empiezan a charlar o es que no encuentra su chaqueta. Según va entrando en varias habitaciones donde pequeños mundos diferentes están abejeando desde los hijos de su amigo hasta la abuela que les cuidaba de niños, de cada conversación podemos sacar un trocito nuevo sobre el pasado de Andrés. Todo esto podría parecer forzado, pero el guión está escrito con gusto perfecto: los personajes secundarios no nos recitan lo que tenemos que saber de Andrés, lo que podemos oír son aluciones fragmentadas que dirían en la vida real conocidos de siempre asombrándose uno al otro. Por eso no vamos a quedar con una historia completa  del pasado de Andrés, tampoco hace falta.

Lo importante es Beatriz, el gran amor. Al cruzarse dicen algunas frases cortadas, luego hablan con otros, vuelven a hablar y se separan otra vez como los peces en el acuario dando vueltas alrededor uno al otro. La ingenuidad de la situación es impresionante, aunque se esconde un drama gigante detrás de ella . Pero eso se desenvuelve sin ningún patetismo o dramatismo de Hollywood, tras miradas confusas , frases difícilmente estrujadas, y sentimientos brotados de golpe, al igual que pasa en la vida real y por suerte no de una manera habitual de película.

Es una noche decisiva que abre Nuevo capítulo en la vida de Andrés y Beatriz. ¿O es la clausura catártica de un viejo asunto inacabado? Estos dos personajes son tan reales y tanto podemos sentir todos sus gestos y vibraciones que la película nos deshace por completo. Suspendido el aliento nos preocupamos y lloramos a lágrima viva por ellos. El director no ha mentido: el que haya estado enamorado alguna vez no va a quedar indolente.

El director chileno, Matías Bize justificó con su película “En la cama” que para una película movida no hacen falta acciones o una historia compleja. Basta con dos cosas: conversación y sexo. En su obra nueva “La vida de los peces”, estrenada en el Festival de Cine de Venecia, deja el sexo y solo queda la conversación. El resultado es impresionante de nuevo.

La situación inicial es muy simple y conocida, es raro que no haya aparecido en películas de antes. El protagonista, Andrés de 32 años está a punto de marcharse de una fiesta de cumpleaños, pero no puede irse, porque siempre tropieza con alguien y empiezan a charlar. Casi todas las conversaciones tratan sobre su ex novia, Beatriz o de su mejor amigo de antes, Francisco. Se aclara que Francisco murió hace algunos años en un accidente tráfico mientras Andrés estuvo en el coche con él. Su relación con Beatriz es mucho más complicada: lo suyo fue un amor ardiente que se terminó bajo circunstancias tenebrosas. Desde entonces el chico no encuentra su sitio en el mundo, la chica se casó y tiene dos hijos. Fue hace diez años que vieron por la última vez, y que Beatriz está en la fiesta también complica la situación. En la primera parte de la  película esperamos que se encuentren y después nos interesa qué va a pasar entre ellos. Es evidente que el final puede ir a dos direcciones: se quedarán juntos, o seguirán separados. Tenemos miedo de antemano de que el fin sea tópico y superficial. El director es capaz de coser satisfactoriamente este hilo que parece insoluble, demostrando su talento excepcional.

El estilo documentarista del cámara (con cámara en mano durante todo el tiempo) y la actuación natural crea la ilusión de ver a gente conversando en una fiesta en vez de ver una película. Parece como si lo hubieran hecho sin esfuerzo alguno, pero es seguro que costó mucho trabajo. (Sería interesante saber ¿cuánto tiempo ensayaron antes del rodaje y en qué porcentaje estaban escritos o improvisados los diálogos?)
Santiago Cabrera que juega el papel de Andrés es increíblemente guapo, pero esto pega perfectamente con su carácter que puede salir de situaciones difíciles gracias a su charme. Solo reacciona a los demás, es el guapo que no tiene que hacer esfuerzos para que todos le obsequien. Su frescura se hace fumo solamente en la escena final sin palabras cuando dice con una sola mirada lo que no podría expresar mejor ni con un monólogo de cinco páginas. Es un final perfecto, y es una de las escenas más conmovedores vistas últimamente.

El carácter de Beatriz recorre una vía más aventurera. Al principio está conversando atentamente como si no la perturbiese ver a su ex novio. Luego la máscara de la estabilidad comienza a agrietarse y al final en su último monólogo dramático queda con alma desnuda delante de nosotros. La actuación de Blanca Lewin como Beatriz nos da la gana de volver a ver la película en seguida.

Quizás algunos criticarán a Bize por mezclar música en las escenas comunes de Beatriz y Andrés (en otras escenas solo hay ruidos de fondo), un poco de música repetitiva de piano, silbido de órgano, y pasajes bonitas de guitarra eléctrica. Las primeras canciones de Sigúr Ros comenzaban así para que terminen en percusión catártica que aquí viene en la última escena por fin. La música de fondo evidentemente quita algo de naturalidad pero aumenta la tensión y enfatiza la importancia de las conversaciones entre las dos protagonistas. Como si un poco desapareciera el mundo alrededor de ellos cuando están juntos.
Tendría que obligar a los jovenes directores húngaros de cine (y a los mayores también) que vean“ La vida de los peces” para que tengan vergüenza por quejarse de falta de dinero. Esta película habrá costado unos millones de florines, solo necesitaba idea, talento y esfuerzo.




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